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Juana Rios

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Cómo elegir un mostrador de panadería

Los mostradores baratos transmiten seguridad y confianza, como los productos que vende. El pan y sus derivados forman parte de la historia del hombre y de su civilización y, desde los albores de la historia, ha sido el alimento básico de la nutrición humana. Producirlo y ofrecerlo no es sólo una cuestión de facturación, es una gran responsabilidad ante una necesidad básica, una tradición milenaria y un símbolo con profundo significado religioso, social y familiar.

El mostrador de la panadería se convierte, en el imaginario colectivo, en un cofre de bondades y, como tal, su construcción debe ser bella, sólida y recordar la tradición del buen pan. Entrar en una panadería es como entrar en una casa, donde hay pan hay familia, ocasiones de encuentro, diálogo y calidez, y amueblar los locales significa elegir un género, unas líneas y unos colores que hagan que todos se sientan como en casa.

A lo largo de los siglos, el olor que se percibía al pasar por delante de una panadería o al entrar en ella ha permanecido inalterado, al igual que las sensaciones, las modas y los estilos han cambiado, y estrictas normas de higiene han intervenido para proteger a los consumidores.

El mostrador aparece en toda su riqueza nada más entrar en el local. En el imaginario colectivo, ha sustituido a la alacena de la abuela, el buen mueble donde las amas de casa escondían pasteles y galletas para los días de fiesta, y debe despertar las mismas emociones de expectación y temor.

Normalmente no contiene los distintos tipos de pan, dispuestos detrás, sino que expone y almacena pasteles, pizzas, focaccias y tiene la función de dividir al cliente y al operario.

En la ergonomía de un establecimiento, la funcionalidad, la practicidad y la belleza deben combinarse a la perfección. Y las formas, los colores y las líneas deben evocar sentimientos positivos de expectación.

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